sábado, 13 de septiembre de 2014

El hombre rebelde

El graffiti nace bajo el impulso transgresor de conquistar el espacio público. Escribir en el sitio prohibido –una pared, un tren, un cartel, etc– conforma la esencia de este arte marginal. Espontaneidad y anonimato, rasgos necesarios para infringir la ley, asemejan al graffitero con el deportista extremo que debe trabajar improvisando con rapidez y adrenalina. Inserto en la frontera cultural como forma de oposición al arte tradicional, el graffiti permite desafiar lo establecido, romper con las normas y disfrutar de lo prohibido.  




Este acto, tildado por algunos de simple vandalismo, remite a la acción primitiva del hombre pintando en las piedras de las cavernas. La necesidad de imprimir una huella en el mundo se da a lo largo de toda la historia humana. El graffitero, sin embargo, realiza su acto sin la intención de trascender; el instante de creación cobra valor en sí mismo. El hecho de crear algo, imprimir el ser en una pared (con la consciencia de que puede ser eliminado en cuestión de horas), corresponde a una acción ligada a una postura existencial y se encasilla en lo que Camus, en El mito de Sísifo, ha llamado 'La creación absurda': “Trabajar y crear «para nada», esculpir en arcilla, saber que la propia creación no tiene porvenir, ver la propia obra destruida en un día teniendo consciencia de que, profundamente, eso no tiene más importancia que construir para los siglos, es la sabiduría difícil que autoriza el pensamiento absurdo”. El graffitero arriesga “todo” en el instante de creación. Acto de rebelión frente a las normas impuestas por la sociedad, el graffiti funciona como expresión de vivir el presente. Una simple firma, construcción de personajes, una crítica social, cualquier tipo de graffiti permite intervenir en la realidad y modificar, aunque sea por un tiempo determinado, la vida cotidiana.


Peta




  





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